domingo, 27 de mayo de 2012

Los accidentes de tránsito dejan huellas indelebles en las familias

***SNN





Tragedia en Machachi. Elsa Moreno, lamenta la muerte de su hermano José, quien falleció el 9 de mayo en un peaje de la vía a Quito.  Tragedia en Machachi. Elsa Moreno, lamenta la muerte de su hermano José, quien falleció el 9 de mayo en un peaje de la vía a Quito.

Es el tercer factor de mortalidad en el país, por detrás de grandes males como el cáncer y la diabetes. Además, es la principal causa de muerte en hombres y niños.


En los últimos tres años, 19 380 personas han perecido por accidentes de tránsito. Según las estadísticas de la Dirección de Tránsito, en este año, solo en el período de enero a marzo se registraron 3 502 percances en las vías.


Sin embargo, nadie en el país sabe cómo frenar las tragedias viales. Los accidentes de tránsito son considerados por Naciones Unidas como una de las principales pandemias de la actualidad.


La realidad es grave. Ante esta problemática este Diario indagó algunas de las aristas de este complejo problema que es multicausal: principalmente la imprudencia de choferes y peatones, una falta de cultura vial, errores en los controles de las autoridades, impunidad en la administración de justicia…


Pero una de las facetas más impactantes tiene que ver con las víctimas. Las secuelas para los afectados van desde daños físicos, lesiones irrecuperables, problemas psicológicos y destrucción irreparable de las familias.


Un duelo indefinido
Fajardo y Chillo Jijón son dos poblados enclavados en Sangolquí, separados apenas por un par de calles adoquinadas. La gente es reservada, habla casi a murmullos y los visitantes son observados con recelo y distancia.


Hace seis años esa cautela se extremó, cuando llegaron decenas de periodistas, fotógrafos, camarógrafos. El 27 de septiembre del 2006, 48 de los 52 ocupantes de un bus que hacía un viaje turístico familiar fallecieron en Paluguillo, en las afueras de Quito.


El bus en el que viajaban se precipitó contra una peña y los 48 murieron de contado. La mayoría de los fallecidos eran familiares, amigos o vecinos y vivía en Fajardo o en Chillo Jijón.
La esposa de uno de los sobrevivientes, que ahora tiene 27 años, solo intenta olvidar la tragedia. “Mi esposo odia a los periodistas. Él perdió a siete miembros de su familia y ni siquiera pudo decirles adiós, porque ese día había mil cámaras apuntándole al rostro. No se respetó su dolor”.


En aquellos poblados, las heridas del siniestro siguen abiertas, pese a que las familias o los propios protagonistas intentan continuar con sus vidas.


Sonia Suntaxi cuenta su historia. Vive en Chillo Jijón, en una pequeña construcción de bloque de un piso junto a su esposo Tobías Crisanto y dos de sus cuatro hijos. En la sala de su vivienda recuerda a sus tres hermanas fallecidas: Rosa, Norma y Magdalena. La acompaña Crisanto.
“Rosa era brava, pero siempre nos estaba organizando. Norma siempre me ayudó cuando estudiaba y Magdalena era muy alegre”, menciona y rompe en llanto.


En el accidente también perdió siete sobrinos, amigos y conocidos. Solo uno de sus sobrinos sobrevivió. Es David, hijo de Rosa Suntaxi y Jaime Crisanto, conductor del vehículo accidentado.
Él tiene ahora 16 años y vive con la pareja. Durante la entrevista, el menor va y viene de su cuarto, está pendiente de la conversación.


Lleva los pelos parados en una cresta y se ha pintado de dorado un pequeño mechón. Intenta olvidar del accidente y solo menciona que quiere ser mecánico automotriz… como su padre.


El adolescente habla bajito, con la mirada en el piso.“Solo quiero ser un buen profesional. Lo puedo lograr gracias a mis papás”.


El día del entierro –recuerda Tobías Crisanto, quien era primo del chofer- el pequeño David se aferró a la falda de Sonia.


No tenía a nadie más. Pese a ser padres de cuatro hijos, la pareja lo acogió como uno más. Al poco tiempo, el niño empezó a llamarlos papá y mamá.


Los Crisanto trabajan en una empresa floricultora, que les deja ingresos por USD 400. El adolescente está por terminar el colegio y quiere ir a la universidad, pero no tienen los recursos.


Su familia trata de vender las pocas pertenencias que dejó su padre: unas herramientas de su almacén de mecánica, una Trooper naranja, de 1992 y un puesto en una cooperativa de transporte que brinda servicio en Sangolquí.


Pero no pueden hacerlo porque están a nombre del fallecido Jaime Crisanto. “Queremos solucionar esos problemas legales. A nosotros lo único que nos interesa es el bienestar de David”, dice angustiada Suntaxi.


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Moreno dejó huérfanos
La última vez que la familia Moreno se reunió fue en Píllaro, en Semana Santa, para comer la tradicional fanesca.


En la sobremesa, José Moreno lanzó una frase que marcó a su familia: “Cuando yo me muera, por favor no me entierren en Píllaro. Entiérrenme en Tarqui (Puyo). Allá es más calientito, no me he de morir de frío”.


Ese día nadie hizo mucho caso del comentario. Sin embargo, a las pocas semanas, Moreno falleció trágicamente: el 9 de mayo, él y su esposa Martha Velasco murieron violentamente.


Venían desde Ambato hasta Quito en su camioneta Mazda VT 50 gris y mientras pagaban el peaje en Machachi, una volqueta repleta de ladrillos, que perdió los frenos, los embistió: las latas de la camioneta terminaron trituradas.


En los patios de la Policía de Machachi, a donde fue trasladada luego, se veían los rastros de sangre y un saco celeste que Velasco llevaba puesto.


Elsa Moreno, hermana del fallecido, aún no puede olvidar el pedido de su hermano. “Nosotros queríamos enterrarle en Píllaro, pero sus hijos quisieron que se cumpla su deseo de que sea en Tarqui. Él deja tres hijos de 24, 17 y 15 años.


Su madre Lastenia Muñoz aún sigue impactada. Minutos antes del percance, su hijo le había llamado, como hacía todos los días. “Mamita, ya estoy llegando a Quito, estamos bien”. Fue la última vez que hablaron.


Muñoz tiene 81 años. Cuando el cuerpo de su hijo aún permanecía en la morgue de Machachi, se desgarraba de dolor. “Y ahora quién va a estar pendiente de mí. Me dijiste que estabas llegando a Quito. Pero has estado llegando a la muerte. ¿Por qué Dios mío?, gritaba la mujer de largas trenzas plateadas.


Rogelio Velástegui, el cuñado de Moreno, miraba triste a la mujer. “Ya es hora de parar tanta tragedia. Para ello, es importante denunciar, llegar hasta las últimas consecuencias”.




Fuente: EL COMERCIO*


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